MICHAEL SCHUMACHER*
SIETE VECES CAMPEÓN DEL MUNDO DE LA FIA
GRAN PREMIO DE JAPÓN, 2000

En Japón, el momento en que me pasé de la raya... ¡Una locura! Más tarde me preguntaron repetidas veces qué sentimientos predominaban en ese momento, y en ninguna ocasión pude encontrar las palabras adecuadas.
Sinceramente, creo que es algo que no puedes transmitir con palabras. Estaba muy feliz. No sabía qué hacer con esta felicidad, de repente me sentí atrapado en el coche, atrapado en mi Ferrari, como si estuviera a punto de estallar. Golpeé tan fuerte el volante que pensaron que estaba roto y, como precaución, tuvieron que retirarlo. Fue una liberación. Al fin lo había conseguido, después de tantos años de decepciones.

En la vuelta, cuando todo terminó, seguí conduciendo. Me invadieron las lágrimas, y fue como si estuviera de pie junto a mí, mirando el momento. Era casi como si fuera otra persona.
En el momento en que bajé del coche en el Parc Fermé, todo el equipo estaba esperando. Fue fantástico. Qué caras tenían. Tenían los ojos brillantes y todos animaban, podría haberlos abrazado y besado a todos. Lo intenté y, gracias a Dios, Corinna estaba allí.
La Fórmula 1 es un mundo fascinante. Se trata de encontrar el límite, aunque sea diferente en cada vuelta. Eso es lo que me gusta de él. Porque sentir el límite te da mucha alegría y satisfacción.

Es más bonito durante las carreras o pruebas en las que conducimos largas distancias. Al principio se corrige la puesta a punto en cada vuelta hasta que encaje. Luego, en algún momento, hay una especie de flujo, un único ritmo. Entonces te vuelves uno con tu coche porque no tienes que enfrentarte a él para llevarlo al límite. Cuando llega ese momento, solo veo la línea ideal. La visualizo: una banda negra que serpentea frente a mí. La sensación de estar al límite es muy alta.

*Extraído del libro Michael Schumacher - Driving Force, con agradecimiento a Sabine Kehm

De AUTO #26, disponible aquí.